En el territorio comprendido entre Acjanaco, allí donde acaba el páramo andino y comienza la selva del departamento del Cusco, y la frontera con Brasil y Bolivia, en Madre de Dios, las iniciativas de conservación y los econegocios se hacen fuertes y se consolidan tiñendo de verde una región, en apariencia, solo en apariencia, rendida a la minería ilegal y los despropósitos extractivistas. 

En uno de mis últimos reportes para La Mula sobre este paisaje insólito y lleno de vida natural les presenté al entomólogo José Vicens, artífice de la creación de la Reserva Tierra Linda, iniciativa de conservación privada en los bosques de Chontachaka, en el distrito de Kosñipata, ahora le toca el turno a estos otros protagonistas del postextractivismo que debemos impulsar: Teodosio Jilahuanco y su familia, empresarios y conservacionistas de Pillcopata, puerta de ingreso al Parque Nacional Manu, uno de los paisajes más biodiversos del planeta.

Esta es su historia…

El primero de los Jilahuanco en poner los pies en los bosques de Pillcopata, en el oriente cusqueño, fue don Teodosio, entonces, 1984, un mocetón de andar firme y resoluciones atrevidas. Recuérdese la fecha, 1984: el Perú aún no se reponía de un Niño devastador y la crisis económica, sumada a la asonada terrorista desatada algunos años antes por Sendero Luminoso, no cesaba de golpear con rudeza a sus poblaciones más vulnerables.

En la sierra sur la pobreza extrema y la falta de oportunidades eran el pan nuestro de cada día: su accionar conjunto se afanaba en destruir hogares condenando al exilio –principalmente interno- a miles de compatriotas.

Difícil olvidar los años primeros de esa década terrible, esa década de la diáspora interminable y el horror. El nuestro parecía un territorio medieval.

Y de alguna manera lo era. O la había sido. En los bosques de Kosñipata, en el distrito amazónico de la provincia de Paucartambo, en el Cusco, el régimen de las haciendas, establecido en los albores de la República, era el que había organizado desde siempre la vida colectiva. En estas comarcas donde los árboles rozaban el cielo y las mariposas tejían con sus alas multicolores lienzos inacabables, los indios fueron pongos sometidos al capricho de los patrones, la moneda más corriente fue el látigo cruel y la rebeldía se pagó invariablemente con sangre.

Don Teodosio Jilahuanco, de Carabaya, nacido y crecido en una humilde comunidad de las alturas de Puno, se lanzó a la conquista de esas yungas poco tiempo después del colapso de las haciendas de la región. Cuando llegó a Pillcopata cargado de sueños y entusiasmos, los nombres de las otrora poderosas haciendas Villa Carmen, Chontachaka, San Fernando, Patria, Asunción, productoras de caña de azúcar y coca, resonaban todavía en el ambiente.

Con Panchita, doña Francisca Huamansulca, su mujer, su compañera de toda la vida y también su paisana, se instaló a este otro lado del mundo para vivir de lo que sea. Eran tiempos duros, de pocas alternativas para elegir.

Antes de ser lo que es ahora, un empresario del sector turismo, moderno y comprometido con el cuidado de la naturaleza, don Teodosio fue agricultor, minero, comerciante, maderero, de todo un poco. Un mil oficios como la mayoría de esos colonos que arribaron a estas tierras huyendo de las estrecheces económicas y la violencia que se extendía por el sur del país.

Gloria, la mujer de acero

Entonces la selva parecía infinita y en la mentalidad de esos soldados de la colonización, férreos, decididos a todo, los árboles que se esmeraban en cortar de raíz, debían reproducirse tan rápidamente como vuelven a crecer ser los hongos en las trochas que iban construyendo. Estaban equivocados.

Los cedros, las caobas, los águanos o tornillos; la chonta, el estoraque y la lupuna empezaron a escasear a medida del avance incesante de una ocupación desordenada y cruel del territorio, alentada en todos los casos por los dueños invisibles de un negocio millonario que tenía –nadie lo sabía en ese momento- fecha de caducidad.

Cuando los manchales de maderas finas se acabaron y el bosque empezó a dar muestras de un agotamiento colosal, los peones de esa industria volátil se vieron precisados a cambiar de oficio o volver a sus lugares de origen siguiendo las huellas que habían dejado al partir.

Los Jilahuanco, tercos en su osadía, hacia 1997 se convirtieron en hoteleros.

La muchacha es menuda, delicada, imposible advertir que detrás de esa figura débil en apariencia se esconde un huracán, una fortaleza capaz de mover montañas. Gloria es la hija mayor de don Teodosio y doña Panchita y desde hace algunos años, ni bien terminó la carrera de turismo en una universidad privada del Cusco y se llenó de proyectos, es el timón de la empresa familiar que maneja el Gallito de las Rocas Lodge , el hotel frente al mercado de abastos de Pillcopata que llena de orgullo a los Jilahuanco Huamansulca.

Y el timonel también de cada vez más sueños.

Todos, claro, vinculados a la protección y la adecuada gestión de estos bosques que parecieran extenderse hasta el infinito y se han convertido en la patria nueva de su linaje.

“Mi padre nos enseñó desde muy niñas a cuidar la tierra donde hemos nacido”, comenta mientras tomamos desayuno en el comedor que acaban de levantar en el segundo piso de la que alguna vez fue la vivienda familiar, al lado de la panadería que alquilan y que también fue el negocio de su madre. Teodosio la observa con cariño, mientras Panchita, su madre, sabia, la escucha.

“Tenemos muchas ideas, lamentablemente nos empieza a faltar tiempo para ejecutarlas”, continúa. Los Jilahuanco son un tren de carga capaz de soportar todo tipo de peso. En estos días los he visto multiplicar esfuerzos para sacar adelante cada una de sus propuestas. Como otros Jilahuancos en otras partes de la exuberante Amazonía, nada los arredra, nada los detiene en la tarea común de forjar el porvenir que han venido a buscar dejando atrás las tierras altas.

En estos bosques de promisión al hotel que un día se le ocurrió levantar a don Teodosio le han sumado ahora una empresa de expediciones que realiza ingresos a la selva de acuerdo al gusto de los clientes. Recordemos: Pillcopata se encuentra al borde del Parque Nacional Manu y los bosques que atisbo desde el Gallito de las Rocas Lodge están poblados de osos de anteojos, de pumas y jaguares, de caídas de aguas majestuosas y paisajes inverosímiles. Bocatto di cardenale para turistas de naturaleza, investigadores, birdwatchers y apasionados de la conservación.

Lo que los hombres y sus máquinas trepidantes no pudieron destruir, ha servido de insumo natural para reconstruir un Edén que empieza a ser valorado por sus hijos en su justa dimensión.

Una verdadera revolución…

Gloria Jilajuanco Huamansulca, empresaria, guía bilingüe experta en aves, es una de las impulsoras de la Asociación de Prestadores de Servicios Turísticos de Kosñipata, una asociación compuesta por 37 propietarios de hoteles, restaurantes, servicios de navegación por el río Alto Madre de Dios, talleres y tiendas de artesanía, que se acaban de agrupar con la intención de construir un destino turístico más democrático y justo, cuidado de verdad por ellos mismos.

Y lidera también un colectivo integrado por pobladores locales dedicados desde antaño a la recolección y comercialización de mariposas en la vecina localidad de Chontachaka. Aunque parezca mentira el negocio de las mariposas, si es que se realiza de manera ordenada y bajo supervisión técnica, puede convertirse en una actividad económica sostenible y rentable, para nada perjudicial de la salud del bosque.  

Conservacionistas populares

“Mi padre, no es retórica, las dos Jilahuanco, Gloria y Yesenia, la menor del clan y arquitecta por la Universidad Nacional San Antonio Abad del Cusco, se refieren de esa manera de don Teodosio, mi padre, prosigue, se enteró que existía la posibilidad de pedirle al Estado tierras para conservar y eso fue lo que hizo”.

Los Jilahuanco, desde el año 201o, son dueños de la concesión para ecoturismo Gallito de las Rocas, un bosque primario de 9,907.28 hectáreas en las alturas de Chontachaka, una tierra donde nacen las fuentes de agua que fructifican estos valles.

Retorno al relato de don Teodosio. Él y su hija volvieron la noche anterior, muy tarde, de realizar una inspección de cuatro días en su concesión. Los vi llegar, cansados pero felices de haber abierto nuevas trochas y comprobar que nadie ha invadido sus tierras y la naturaleza prospera, se sigue haciendo fuerte.

Teodosio, adventista desde hace buen tiempo, extrae su Biblia de una bolsa de mano que tiene cerca y lee con voz pausada: “Dios creó al hombre y lo puso en el huerto del Edén para que lo guardase”. Génesis, capítulo 2, versículo 15.

Silencio prolongado.

Eso es lo que están haciendo, pienso mientras escucho lo que me va contando. “En el 2000, más o menos por esa fecha, escuché a Pedro Solano hablar de conservación privada y de las demás herramientas que se podían utilizar para proteger los bosques”. Ni bien Solano, actual director ejecutivo de la Sociedad Peruana de Derecho Ambiental, terminó de hablar, Teodosio sonríe al recordarlo, lo buscó para pedirle los datos que necesitaba para iniciar los trámites necesarios para convertirse en titular de una ocasión.

Estoy seguro que Pedro Solano recuerda al hombrecito de mirada firme y hablar calmo que le hizo las consultas pertinentes antes de despedirse con elocuencia.

“Mi padre ya tenía en la mira el lugar que debía protegerse”, rememora Gloria, una muchachita cuando Teodosio viajó a Lima para buscar apoyo para acelerar los trámites que se estaban convirtiendo en kafkianos. Jilahuanco en una de sus tantas andanzas de baquiano por la aturas de Chontachaka se había topado con un bosque lleno de vida, desprotegido y vital, abandonado a su suerte. “El día que conocí esas tierras lloré como un niño al ver como los hombres, mis paisanos, se ensañaban con los animalitos: un amigo llegó a prenderle fuego a un cerdo de monte como si se tratara de un pedazo de papel”, agrega.

Y se negó a seguir viviendo en una región cercada por el rugido de las motosierras.

Dioses y hombres de la frontera

Nos empecinamos en juzgar desde la comodidad de nuestros Smartphones a los hombres que se apostaron en las fronteras amazónicas para extraer a la mala los frutos de una tierra en apariencia indómita e inagotable. Para nosotros, habitantes de las ciudades que se construyeron con las maderas, los combustibles y los demás recursos naturales que se extrajeron de esos paraísos, la colonización de la floresta tropical fue un apocalipsis que debemos condenar ad eternum.

Así somos.

Nos preocupa la deforestación que produce la minería aurífera en la Amazonía que decimos defender. No decimos mucho, en cambio, de la industria del oro ilegal que impulsamos cuando celebramos el mundo en tiempo real y medimos en pixeles el éxito de nuestra civilización: detrás de un nuevo selfie, detrás de la compra de un aparato inteligente, se multiplican las dragas en esta parte del globo y se intensifican las guerras por el coltán en el África. Vamos, solo hay que leer los ensayos de Naomi Klein o los despachos desde el Congo de Xavier Aldekoa.

No lo comento con los Jilahuanco, no es el momento. Para mi ellos son los hijos pródigos que después de andar por el mundo, sin precauciones y cuidados, alborotándolo todo, han tomado el camino de la protección de la casa común y están armando revoluciones. Una de ellas la que tiene al turismo de naturaleza y la conservación y los econegocios, como aliados.

Yesenia y la revolución del bambú

Yesenia, la hija menor de don Teodosio y doña Panchita, es arquitecta y han sido sus diseños los que están transformando el hotel familiar en un establecimiento moderno, acogedor, en cuyos acabados relucen los palos de bambú, una madera noble, dúctil, duradera que podría convertirse en el insumo constructivo que se necesita para abaratar costos y fundar más negocios ecoamigables en estas regiones del país.

La propuesta arquitectónica que desarrolló para el hotel Jilahuanco, junto al trabajo de todo el clan para convertir el sueño de tantos años en papel, en proyecto técnico, les sirvió para ganar la primera versión del concurso Turismo Emprende del Ministerio de Comercio Exterior y Turismo, una iniciativa estatal que entrega fondos públicos a emprendedores que promueven el desarrollo económico local.

Ese es el nivel del trabajo –y las competencias- de esta familia de peones infatigables en un corredor biológico que se inicia en Acjanaco y se prolonga hasta Iberia, en la frontera con Brasil y Bolivia, un paisaje definido injustamente como minero, o maderero, que aloja a miles de activistas de la conservación y el desarrollo sostenible.

Mirarlos de otra manera es el desafío. Como me lo acaba de decir en Puerto Maldonado el Dr. Francisco Román, restaurador de zonas degradadas por la minería en Madre de Dios y director del Centro de Innovación Científica Amazónica- CINCIA, son más los peruanos que día a día se esmeran en construir un futuro verdaderamente diferente en estos límites entre el país que nos golpea tanto y el bosque prístino que los que siguen atrapados en las redes de la explotación inmisericorde de sus recursos. Conocer sus historias, hacerlas visibles es lo que toca.

Teodosio y doña Panchita, Gloria y Yesenia, sus hijas con las que conversé tanto en estos días de sol espléndido en Pillcopata y tanto que soñar, son testimonio vivo de este despertar andino-amazónico que tiene a los que llegaron de lejos, y a los que habitan estas tierras desde siempre, como protagonistas.

En los bosques de Chontachaka y Pillcopata, allí donde se van juntando las aguas que habrán de crear el río Eori de los harakbut, el Madre de Dios de nuestros días, doña Panchita Huamansulca, de Carabaya, Puno, escucha a sus retoños sin dejar de mover los hilos invisibles que gestionan la vida en la casa-empresa familiar que levantaron en una región que ya es suya y que reclama un nuevo trato.

“Tenemos mucha ilusión en lo que estamos haciendo, concluye Gloria Jilahuanco, líder también del proyecto social Semillas de Vida, una iniciativa de educación ambiental y apoyo a los niños del distrito de Kosñipata, hemos hablado con mucha gente de nuestras proyecciones y vamos ganando adhesione;, hace unos días nos visitó Marc Dourojeanni, fue grandioso, nos dijo que siguiéramos en lo nuestro, que estábamos haciendo lo que se necesita hacer”.

Claro, tiene razón el maestro Dourojeanni, los Jilahuanco están al frente de una revolución silenciosa, verde, una revuelta que empieza a cambiar el rostro de la portentosa Amazonía del sur del Perú, tan agobiada como ha estado por los cantos de sirena de un extractivismo que hay que dejar atrás de una vez.