John P. O’Neill, el investigador de la universidad de Lousiana que más sabe de aves de la Amazonía peruana, descubridor del elusivo Barbudo pecho escarlata (Capito wallacei), una de las últimas especies reportadas para nuestro país y coautor del libro “Aves del Perú”, fue la primera persona a la que le oí hablar de las águilas arpías de las selvas vírgenes del suroriente del continente.  

O’Neill recordaba haber visto a inicios de los años sesenta, cuando empezaba su peregrinaje académico por el Perú, tres nidos activos de Harpia harpyia en los alrededores de Balta, una localidad perdida en el actual Parque Nacional Alto Purús, departamento de Ucayali. La importancia del hallazgo lo llevó a sostener que en el Purús se encontraba la población con mayor densidad demográfica de todo el Neotrópico para la gigantesca y casi desconocida rapaz.

Lo que sigue es una historia de águilas arpías y amor a la ciencia.

El profesor O’Neill ha considerado siempre que ese rincón de nuestro territorio, hasta el día de hoy prístino y lleno de vida, debería preservarse tal como está para el disfrute y la salud de las nuevas generaciones. Para el científico estadounidense el Purús, y de seguro el Tambopata y los bosques de Madre de Dios, deberían seguir siendo santuarios de vida natural: extensas áreas protegidas de la voracidad humana y la extracción desaforada de sus recursos.

En eso pensaba mientras recorría las instalaciones del albergue Refugio Amazonas, en las proximidades de la Reserva Nacional Tambopata, uno de los últimos espacios naturales que existen para las arpías que habitan el territorio del Perú. Según el Libro Rojo de la Fauna peruana publicado en el 2018 las águilas arpías solo pueden verse en los bosques de la llanura amazónica de los departamentos de Loreto, Ucayali y San Martín. En las demás regiones amazónicas de nuestro país su presencia es incierta.

Foto Rainforest Expeditions

Salvando una especie 

La extracción ilimitada de madera, especialmente la que proviene de los árboles de shihuahuaco (Dipteryx alata, D. micrantha y D. odorata), los gigantes del bosque amazónico que alcanzan a vivir mil años, reduce sus espacios de anidación y, por consiguiente, el crecimiento de sus poblaciones que se supone fluctúan en nuestro país entre cinco mil a diez mil individuos.

Eduardo Nycander, fundador de Rainforest Expeditions, es otro de los apasionados de la especie. En el verano pasado, durante una entrevista que le hice en Lima, me refirió que desde el año 1996, cuando avistó cinco nidos de águila arpía, tres de ellos con polluelos, cerca de uno de los albergues de la compañía, se ha venido dedicando al estudio y conservación de la especie. El proyecto Harpy Eagle da cuenta de esa preocupación, también las torres de observación, una de ellas todavía en uso en el albergue Posada Amazonas, y los circuitos que sus guías han ido desarrollando para observar nidos y apostaderos de arpías.

La visita a la cocha Tres Chimbadas que la empresa incluye en la parrilla de actividades de sus tres albergues no está exenta de la posibilidad de encontrarse con el rey del dosel de los bosques del Tambopata. Hace unos días, mientras visitaba la laguna meándrica en compañía del biólogo Juan Diego Shoobridge, responsable del programa Wired Amazon y de Juanjo Huillca, guía de naturaleza, nos topamos con un águila arpía que volaba sigiloso tratando de evitar la presencia de un águila crestada (Morphnus guianensis), otra joya natural de los bosques del Tambopata.

Ver una arpía, aunque sea unos pocos segundos, resulta un espectáculo inigualable, soberbio por la belleza y majestuosidad de la especie. De hecho, los catálogos de Rainforest Expeditions indican que uno de cada cinco huéspedes de Refugio Amazonas se topa con el increíble habitante del dosel tambopatino.

Tanta preocupación por la conservación de la especie finalmente tuvo sus frutos. El 23 de junio del 2017 el huevo que cuidaban un par de águilas arpías bautizadas por los investigadores como Kee-wai (hembra) y Baawaja (macho) eclosionó para traer a la vida a un pichón en muy buenas condiciones.

El suceso hizo posible el lanzamiento inmediato de la iniciativa Harpy Cam, un componente más de Wired Amazon, el programa de ciencia ciudadana que permite a voluntarios de cualquier parte del mundo sumarse a los esfuerzos de investigación y conservación en la Reserva Nacional Tambopata, que consiste en el monitoreo diario, a través de una cámara instalada en las proximidades del nido, a noventa metros de altura, el comportamiento del grupo familiar.

La iniciativa que es dirigida por el Dr. Mark Bowler es parte de un convenio de colaboración científica entre Rainforest Expeditions y el Instituto Global del Zoológico de San Diego que permite a los huéspedes de Refugio Amazonas observar a las aves en su hábitat natural y recabar información de calidad sobre su conducta.

Elpis

El polluelo, llamado Elpis por el equipo de Wired Amazon, creció sano y vigoroso. Observar diariamente su comportamiento y los cuidados que sus progenitores le daban fue una fiesta cotidiana que se vivió a lo grande en Refugio Amazonas. Gracias a las imágenes captadas por la cámara se conoce mucho más de la especie. Las águilas arpías construyen sus nidos de un metro y medio de ancho, sin duda los más grandes del dosel de la selva amazónica, en la copa de shihuahuacos, castañas y lupunas, los árboles más amenazados de la Amazonía del sur de Perú.

Las arpías son monógamas y la tasa de reproducción de la especie es muy baja, se sabe que las parejas activas logran tener un polluelo cada dos o tres años. Por lo general, los dos padres se ocupan de la crianza y alimentación del recién nacido, ocupación que puede alargarse por dos años.

Los machos son más pequeños que las hembras. Ese tamaño les permite ser recolectores más eficientes sobre todo en la temporada de reproducción, especialmente cuando la hembra está incubando el huevo. Los investigadores de la especie suponen que es más fácil cazar una mayor cantidad de presas pequeñas en lugar de las más grandes, lo que puede garantizar un suministro constante de alimentos tanto para las hembras como para los polluelos.

Si el jaguar gobierna el suelo del bosque del Tambopata y la anaconda es la reina de los pantanos y lagos, el águila arpía es el amo absoluto del dosel amazónico. Nadie como ellos para cazar osos perezosos, monos –en especial monos colorados- tucanes y hasta venados pequeños.

El 4 de diciembre del 2017, siete meses después, Juan Diego Shoobridge, mi compañero de navegación durante el recorrido que hice por Cocha Tres Chimbadas, fue testigo del primer vuelo de Elpis fuera del nido. Claro, ya para entonces el plumaje y, sobre todo el tamaño del polluelo en trance de dejar de serlo, habían terminado de convencerlos de que el águila que contemplaban era una hembra.


Al año, Elpis seguía viviendo en su nido, obviamente ya era un juvenil con avidez por la cacería de presas menores pero dependiente todavía de los cuidados y de la alimentación de sus progenitores que poco a poco van abandonando la zona donde lo criaron para dejarlo en absoluta libertad. Que los padres se alejen para siempre del nido que utilizaron, o expulsen de la vecindad al polluelo, ahora juvenil, que con tanto ahínco cuidaron, resulta una bendición. Es el primer paso antes de prepararse para la nueva nidada y asegurar de esta manera la perpetuación de la especie.

Es nuestra responsabilidad que este buen hábito se perpetúe en el tiempo.

Elpis a los nueve meses de edad, joven y radiante. Foto Rainforest Expeditions.

Hace unos días el actor Sebastián Rubio, conductor del recordado programa de televisión AmbienTV, una muy educativa producción nacional que dejó de emitirse en el 2016, subió a su cuenta en Facebook una nota explicando los pormenores de la foto que se tomó en zoocriadero El Huayco, de Huachipa, con el impresionante águila arpía que desde su publicación en redes no ha hecho otra cosa que viralizarse.  

“El águila había sido rescatada luego de recibir un disparo que la dejó ciega. A pesar que tenía el ojo intacto, el disparo le afectó irreversiblemente el nervio de la vista. Por ello está amarrada, pues de estar suelta chocaría con todo a su alrededor intentando volar”, comentó. La foto, tomada por Jack Valer, obviamente no es trucada, sucede que al estar el ave más cerca de la cámara que el retratado se ve muchísimo más grande de lo que en realidad es. Impresionante.