“No faltan pequeños grupos que se molestan, que el medio ambiente, que los animalitos van a morir, hermanos, lo que debemos hacer es más represas”.
Evo Morales Ayma, el presidente boliviano que tras once años en el poder aspira a prolongar su mandato a través de una cuarta elección, se expresó así de quienes se oponen a la construcción de las represas del Chepete y El Bala, en el departamento amazónico de Beni, las primeras obras de un ambicioso plan de inversiones que busca convertir al país sudamericano en la primera potencia energética de la región.
Para el ex dirigente de los cocaleros del valle del Chapare, en Cochabamba, el desarrollo de un polo energético que le permita al país exportar electricidad a las naciones vecinas, en especial a Brasil, constituye la fórmula más efectiva que existe para dejar atrás la “dependencia colonial y republicana” a los hidrocarburos y los minerales –los dos recursos naturales que han sostenido históricamente la economía de Bolivia.
El paquete de inversiones de 30 mil millones de dólares que impulsa el recientemente creado ministerio de Energía supone la construcción en los próximos diez años de hidroeléctricas y termoeléctricas –más de treinta- en casi todo el territorio nacional.
“La esperanza, el futuro de Bolivia, lo ha comentado el presidente de 58 años, está en la energía renovable”. Bolivia en el año 2025 – así se consigna en uno de los trece pilares de la llamada Agenda Patriótica- será un país productor y exportador de energía eléctrica, aprovechando de esta manera su potencial hidroeléctrico y los proyectos de energías renovables (energía eólica, aprovechamiento de biomasa, geotérmica, solar, entre otras) que se van a impulsar.
El Madidi
El problema para el presidente Morales radica en que la construcción de los embalses del Chapete y El Bala, según la opinión de analistas ambientales y colectivos indígenas, podría significar la destrucción de tres de las áreas naturales protegidas más emblemáticas y potentes del país: el Parque Nacional Madidi, la Reserva de Biosfera y Tierra Comunitaria Pilón Lajas y el Área Protegida Municipal Pampas de Yacuma, un mosaico de biodiversidad y diversidad cultural de más de tres millones de hectáreas de extensión.
Solo en el Madidi, un ícono de la conservación planetaria cuyas fotografías más emblemáticas han ocupado varias veces la carátula de la prestigiosa revista National Geographic, se han registrado más de mil especies de aves, siete mil especies de plantas y una de las poblaciones más numerosas de jaguares, el elusivo felino sudamericano en peligro de extinción. Para Wildlife Conservation Society (WCS), la prestigiosa organización conservacionista fundada en 1895, el Parque Nacional Madidi es uno de los últimos baluartes de vida silvestre de América Latina y el mundo.
Las tres áreas han sido habitadas desde siempre por numerosas poblaciones indígenas tacanas, mosetenes, chimanes, ess ejas, uchupiamonas y toromonas, aunque parezca increíble en pleno siglo XXI, un pueblo nómade que vive en virtual aislamiento voluntario.
“No nos oponemos al progreso que traerían las represas", comenta Domingo Ocampo, indígena mosetene de la comunidad de Torewa, en el Pilón Lajas, "lo único que queremos es que se respete nuestra única forma de vida”. Ocampo preside la Mancomunidad de Comunidades de los ríos Beni y Quiquibey, un colectivo que agrupa a dieciocho comunidades indígenas de los departamentos de La Paz y Beni, cuyas tierras posiblemente quedarían inundadas de prosperar el proyecto hidroeléctrico.
Para los comuneros de la federación que representa la información sobre el proyecto en ciernes y las afectaciones ambientales que supondría no son muy claras. Lo que saben, a tenor de lo manifestado por las propias autoridades en las reuniones a los que fueron invitados sus dirigentes, es que el costo de ejecución de la hidroeléctrica declarada de interés y prioridad nacional por el gobierno rondaría los 9 mil millones de dólares, una cifra que equivale a casi una vez y media la deuda externa del país.
Es por ello que decidieron realizar, en noviembre del año 2016, una vigilia en el lugar donde se construiría la represa del Bala. Durante doce días un grupo numeroso de comuneros impidieron el desplazamiento de las embarcaciones de la empresa contratada por el gobierno para realizar los estudios de factibilidad en la zona.
Ocampo debe andar por los sesenta años, toda su vida la ha vivido en estas selvas. La mañana que lo encontramos en la plaza principal de Rurrenabaque, la ciudad de 28 mil habitantes por donde llegan los turistas que vienen a conocer el Madidi y las pampas del Yacuma, recolectaba firmas para revocar al alcalde quien semanas antes había declarado su complacencia con la construcción de las represas.
Ese día cientos de vecinos de Rurrenabaque, algunos a pie la mayoría en motos, exigían a viva voz la renuncia de la autoridad. “La gente en el distrito vive del turismo, nos lo comentó apuradamente Ocampo, es la actividad que más empleo origina, las represas ponen en riesgo la economía de todos”.
El angosto del Bala
En la casa de Alfredo y Benita Nay, indígenas tacanas de San Miguel del Bala, los patos, los gatos, las gallinas, los cerdos, el borrico y hasta la vaca, se protegen del sol de las doce del día bajo la sombra de los naranjos. Hemos llegado hasta este extremo del Madidi, después de cruzar el angosto del Bala, en una embarcación conducida por Hernán, uno de sus doce hijos, empleado de una empresa de ecoturismo que opera en el parque nacional.
El paisaje es de una belleza estremecedora. Las montañas de un verdor intenso recogen en sus cimas el agua de las nubes que se amontonan en el cielo para formar un manto impenetrable. Son los bosques nubosos de los andes-amazónicos, un ecosistema de vital importancia donde nacen los ríos que van a morir a los llanos atlánticos.
Alfredo tiene los ojos húmedos, una rabia antigua le impide hablar con claridad. Aun así se anima a relatarnos su historia: “Nosotros ya vivíamos aquí antes de la creación del parque, un día llegaron las autoridades y nos pusieron guardarques, nadie podía pescar ni ir a cazar, nos quitaron esa libertad”.
“La gente, mis vecinos, prosigue, empezaron a irse al alto Beni a vivir de la madera. Los que quedamos nos reunimos en asamblea y decidimos vivir del ecoturismo, no fue fácil, no sabíamos cómo se hacía, fue muy duro”. En este punto del relato Alfredo se quiebra y no puede continuar.
En los años siguientes, los comuneros de San Miguel del Bala construyeron un albergue de siete cabañas y un espacioso restaurante gestionado y operado íntegramente por ellos mismos. Supieron encaramarse en la ola turística que produjo la puesta en marcha del Chalalán Ecolodge, en la vecina localidad de San José de Uchupiamonas, el primer emprendimiento de turismo ecológico comunitario de Bolivia y una de las experiencias más notables de turismo de aventura y contemplación de la naturaleza del planeta.
De los seis mil visitantes que visitaban el Madidi hace veinte años, atraídos en su mayoría por el relato de Yoshi Ghinsberg, un mochilero israelita que se perdió en esta jungla durante 21 días –su libro De regreso del Tuichi se convirtió en un best-seller para varias generaciones de jóvenes aventureros- se pasó a 40 mil en los años que precedieron a la caída del turismo en Rurrenabaque y alrededores.
“No entiendo que quiere el gobierno, termina de contarnos don Alfredo, primero nos dice que nos dediquemos al turismo y cuando empezamos a vivir de nuestros albergues nos amenazan con llenar de agua nuestras tierras”.
Según los testimonios que recogimos en Rurrenabaque, los albergues Chalalán y San Miguel del Bala, así como el de Villa Alcira y Mapajo de Asunción de Quiquibey, todos manejados por los comuneros indígenas, serían directamente afectados por las inundaciones.
El nieto del último chamán uchupiamona
“Evo Morales no respeta a los comuneros de las tierras bajas. Será indígena pero no se comporta como un indígena amazónico”. Alex Villca fue guardaparques del Parque Nacional Madidi antes de trabajar durante cinco años en el mítico Chalalán Ecolodge.
Hijo de un maestro tacana y descendiente por línea materna de un chamán uchupiamona, Villca, graduado en turismo por una universidad de La Paz, no confía en los ofrecimientos del gobierno.
Lo encontramos en las oficinas de su empresa, Madidi Jungle, una agencia operadora de carácter comunitario que gestiona un albergue en San José de Uchupiamonas. Por él nos enteramos que de acuerdo a las fichas técnicas de la obra programada podrían ser tres mil los indígenas directamente afectados.
Dirigente también de la Mancomunidad de Comunidades de los ríos Beni y Quiquibey, este emprendedor social de 39 años, se ha puesto, por su oposición cerrada al proyecto energético, en la mira directa del gobierno. Un ex ministro de Hidrocarburos del régimen llegó a decir públicamente, al referirse a su doble condición de empresario e indígena, lo siguiente: “indígena que estudia deja de ser indígena”. Una frase infeliz que ha indignado a la población mayoritariamente rural de su municipio.
Para ellos, el gobierno de Evo Morales está preparando un segundo atentado ambiental y otra vez en tierras amazónicas. El primero fue el que se produjo en el Territorio Indígena y Parque Nacional Isibiro-Securé, TIPNIS, también en el departamento de Beni, un área protegida de extrema biodiversidad habitada por poblaciones indígenas mojeñas, yuracarés, chimanes y mestizas, que va a ser partido en dos cuando se termine de construir la carretera de 300 kms. impulsada por una ley aprobada por la asamblea legislativa dominada por el partido oficialista.
“Evo está dividiendo a los pueblos indígenas, nos dijo, con promesas de empleo y bienestar que nos confunden”. Para Villca y los demás líderes indígenas que conocimos en Rurrenabaque y San Buenaventura, el municipio vecino donde se construyó un ingenio azucarero que le costó al erario nacional 260 millones de dólares y hoy luce abandonado, se pretende imponer un modelo de desarrollo que no corresponde a la geografía de la región ni a los modos de vida de su población.
“El hermano Evo quiere transformar nuestros bosques en campos de cultivo”, lo comentó Domingo Ocampo. Para el líder comunitario el presidente nuevamente candidato no entiende la manera de relacionarse con el medio ambiente que tienen los pobladores amazónicos. No termina de comprender que el 75 % de la población boliviana vive en la cuenca amazónica y sabe cómo utilizar sus recursos. Ha olvidado que el 65,7 % del territorio de Bolivia se encuentra en la exuberante y amenazada Amazonía.
El año pasado Villca, Ocampo, Alfredo Nay y sus doce hijos –uno de ellos, Alex, guardaparques del Parque Nacional Madidi- conocieron a Yossi Ghinsberg el hijo predilecto de estas selvas bañadas por los ríos Beni, Tuichi y Quiquivey, en la localidad de San José de Uchupiamonas,
Yossi, así lo llaman los indígenas del Madidi y el Pilón Lajas, había regresado después de varios años a la tierra que lo volvió a ver nacer para proyectar la película “Jungle”, un filme protagonizado por el conocido actor británico Daniel Radcliffe (conocido por la película Harry Potter) que narra su aventura en la jungla boliviana, que fuera estrenado con relativo éxito en las principales salas de cine del mundo.
Curiosamente la película, según lo que nos refirió el propio Alex Villca por teléfono, no ha sido proyectada en los multicines de los centros comerciales de La Paz, Santa Cruz o Cochabamba. Tal vez ingrese en cartelera este año, le han dicho.
Mientras las distribuidoras se animan a pasarla él y lo suyos siguen en pie de lucha para que se respete el modelo de turismo comunitario que supieron crear para vivir en armonía con sus bosques y ríos. Si quieren, nada más.